miércoles, 8 de mayo de 2019

Llevamos 100 años con las 40 horas semanales: ¿podríamos trabajar menos?

Contamos con más medios y tecnología que hace un siglo, pero seguimos con las ocho horas diarias


Hace un siglo que se aprobó la jornada laboral de 40 horas en España: fue en abril de 1919, tras la huelga de la empresa eléctrica La Canadiense, que se alargó durante 44 días. La jornada laboral de 40 horas semanales se había ido extendiendo por todo el mundo desde la manifestación del 1 de mayo de 1886 convocada en varias ciudades de Estados Unidos con este objetivo.

Un siglo después, la sociedad ha cambiado mucho. Por ejemplo, contamos con herramientas que han hecho más fácil y rápido nuestro trabajo, al menos sobre el papel: maquinaria, teléfonos, ordenadores… Sin embargo, la jornada laboral no se ha reducido. Es más, la idea de trabajar seis o siete horas diarias por el mismo sueldo genera rechazo en muchos sectores (y no solo empresariales).

Inmaculada García, economista y profesora en la Universidad de Zaragoza, recuerda que "antes se trabajaba los sábados y ahora tenemos más días festivos a lo largo del año”, pero también le parece “curioso que todo haya cambiado tanto y eso no”.

“Alegría de vivir, en lugar de nervios gastados”

Marta Martínez, economista y profesora de la Universidad Autónoma de Madrid, opina que no es tan extraño que sigamos con la misma jornada: "Podemos caer en la falacia de la cantidad fija de trabajo. En realidad, la cantidad de trabajo que hay en una economía puede variar con el tiempo". Es decir, a lo mejor podemos producir más que hace 100 años, pero también puede que necesitemos hacerlo.

Aun así, son muchos quienes han llamado la atención sobre el hecho de que no se haya seguido reduciendo la jornada laboral. Ya en los años treinta, el economista John Maynard Keynes y el filósofo Bertrand Russell confiaban en un futuro en el que trabajaríamos menos horas, lo que podría llevar a mayor bienestar, cultura y curiosidad: “Sobre todo, habrá felicidad y alegría de vivir, en lugar de nervios gastados, cansancio y dispepsia”, escribía Russell en su Elogio de la ociosidad. Y no era una idea solo de académicos: en 1956, Richard Nixon, entonces vicepresidente de Estados Unidos, ya auguraba una semana de cuatro días laborables.

En su libro Utopía para realistas, el historiador Rutger Bregman apunta que este objetivo de seguir reduciendo la jornada, como se había ido haciendo hasta llegar a las 40 horas, se vio truncado en los años ochenta. Durante esa década muchos trabajadores pasaron a hacer horas extra y sumar más de ocho horas diarias de faena.

Y eso a pesar de que trabajar más horas ni siquiera se traduce necesariamente en una mayor productividad. Durante la crisis del petróleo y en medio de una huelga de los mineros, el Gobierno británico impuso una semana laboral de tres días en enero de 1974, que se prolongó hasta marzo, para ahorrar energía. Según recoge Bregman en su libro, las pérdidas de producción solo llegaron a un 6%, muy lejos del 40% que cabría haber esperado.


Lee la noticia completa

No hay comentarios:

Publicar un comentario