miércoles, 30 de septiembre de 2020

La izquierda alemana pone en el mapa la semana laboral de cuatro días como receta frente a la pandemia

 A propuesta del principal sindicato del sector industrial, IG-Metall, y del partido izquierdista Die Linke, cobra fuerza en el país de la canciller Angela Merkel la idea de reducir la semana laboral a cuatro días


"La historia del trabajo también es una historia de la reducción del trabajo". A esa frase se confrontaban hace unos días los lectores del diario conservador y poco amigo del progresismo alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung. El artículo que contenía esa afirmación llevaba por título un elocuente interrogante: "¿Trabajar sólo cuatro días?".

Que ese periódico, considerado uno de los bastiones del ordoliberalismo teutón, dedique sus páginas a plantear esa pregunta da cuenta del camino que está haciendo en el país de la canciller Angela Merkel la idea de reducir la semana laboral hasta los cuatro días de trabajo. Hace un par de semanas, la puso sobre la mesa la diputada y co-presidenta de Die Linke, Katja Kipping. 

Ella ha defendido la propuesta como "una utopía realista" que para muchos puede sonar más a realidad. Sobre todo, porque el principal e influyente sindicato de la industria germana, IG-Metall, también apoya esta reducción laboral. Además, estos días se ha escuchado defender la semana de cuatro días a economistas, responsables del mundo empresarial y hasta del Gobierno alemán, que hace unos días acordó ampliar hasta finales de 2021 el mecanismo de los kurzarbeit, el equivalente de los ERTE españoles, para frenar la destrucción de empleo por la crisis del coronavirus.

En tiempos de pandemia, el argumento de Kipping que suena con mayor potencia probablemente sea ese según el cual una jornada semanal más corta es, en último término, una cuestión de salud pública. A su entender, contribuiría a romper con una cara dinámica de la que se habla poco en el mercado laboral germano. "La duración media de la baja por enfermedad por dolencias relacionadas con el estrés es tres veces más alta que la de otras enfermedades", según ha subrayado la lideresa de Die Linke, que ha defendido que en sectores como el de las nuevas tecnologías la reducción de la semana laboral no tiene nada de utópico.

Kipping ha citado el ejemplo de la firma estadounidense Microsoft, que ha registrado la experiencia de poner a sus trabajadores semanas laborales de cuatro días para ver crecer la productividad de sus empleados "casi un 40%". Pero la reducción del trabajo semanal va más allá del sector informático. De lo contrario, en IG-Metall no se habrían pronunciado a favor de la idea. 

Jörg Hofmann, presidente de ese sindicato, señalaba en una reciente entrevista con el Süddeutsche Zeitung que trabajar menos tiene más beneficios que los relacionados con la salud pública o el aumento de la productividad. "La semana de cuatro días sería la respuesta al cambio estructural de sectores como el de la industria del automóvil", según Hofmann. 

Él alude así a la difícil situación en la que se encuentra el estratégico sector del automóvil alemán, ahora golpeado por la crisis de la COVID-19 pero, sobre todo, por lo que parece el inexorable futuro eléctrico de la movilidad. En este contexto, ya hay empresas, como el consorcio alemán fabricante de coches Daimler, en las que se está aplicando la idea de reducir el tiempo de trabajo para salvar empleos. 

Para Hofmann, la reducción del tiempo de trabajo semanal tiene mucho que ver con la protección del empleo. "La transformación no debe llevar a despidos, sino a un trabajo bueno para todos. En este sentido, los trabajos industriales se pueden mantener en lugar de eliminarse", según el presidente de IG-Metall.

Economistas y empresarios, a favor

Varios economistas han aprovechado el debate para apuntar que esta propuesta no consiste en una "ensoñación", término que ha empleado, por ejemplo, el semanario Der Spiegel. El economista Heinz-Josef Bontrup, profesor emérito de la Universidad de Gelsenkirchen, subrayaba también en una reciente entrevista con el Frankfurter Rundschau que "hay suficientes estudios que prueban que quien trabaja menos es más productivo". 

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Las multinacionales estadounidenses declaran la mitad de su beneficio europeo en Irlanda

 El 52% de las ganancias en el extranjero se contabiliza a través de filiales en países con fiscalidad laxa o, directamente, en paraísos fiscales


Las grandes economías europeas tienen un enorme sumidero tributario en un puñado de países que prefieren la competencia fiscal a la cooperación entre socios. En 2018, el último año para el que hay cifras, las multinacionales estadounidenses declararon casi la mitad de sus beneficios obtenidos en la UE a través de sus filiales irlandesas aprovechando así sus cuantiosas ventajas impositivas, según los datos recién publicados por la Oficina de Análisis Económico (BEA, por sus siglas en inglés). El 47% de las ganancias declaradas en Europa por grandes compañías estadounidenses —y el 17% de los de todo el mundo (EE UU al margen)— fueron anotados en las cuentas de esas filiales en el país del trébol: casi 98.000 millones de dólares (83.000 millones de euros) que deberían pagar impuestos en otros países del bloque europeo. Las multinacionales estadounidenses declararon el 52% de su beneficio fuera de su país a través de filiales radicadas en jurisdicciones de fiscalidad laxa.

Irlanda es uno de los países europeos que más tajada ha sacado de la fiscalidad ventajosa para atraer el interés de las multinacionales y que se establezcan en la isla. Lo hace, básicamente, a través de esquemas que permiten a estas empresas declarar a través de sus filiales irlandesas —sujetas a gravámenes bajos— beneficios obtenidos en última instancia en otros países del club comunitario en los que la tributación de las ganancias es mucho más onerosa. La práctica es especialmente sencilla en el caso de los negocios digitales, en los que no es necesario tener presencia física en un país para desarrollar tu negocio en él.

“Irlanda ofrece unos tipos impositivos muy bajos a las multinacionales, en algunas ocasiones, como he visto en el caso de Apple, cercanos al 0%”, subraya Gabriel Zucman, profesor en la Universidad de Berkeley, en conversación con EL PAÍS. “Y, como también tienen actividad en la propia Irlanda, el movimiento de beneficios [obtenidos en otros países] es menos sospechoso que en pequeñas islas poco pobladas como Bermudas [que sí ha figurado hasta hace bien poco en el listado de paraísos fiscales de la UE]”, agrega el también autor de La riqueza oculta de las naciones (Pasado y Presente, 2014).

Para identificar casos flagrantes de transferencias de beneficios entre jurisdicciones con el objetivo de pagar menos impuestos, el economista francés echa mano de un cálculo de lo más sencillo: comparar el coste de los trabajadores que tiene una empresa en un país y las ganancias que declara en él. Y las cifras son concluyentes: por cada dólar gastado en salarios en Irlanda, las multinacionales estadounidenses lograron nueve de beneficios. Las cifras que arroja el mismo cálculo para España, Alemania o Francia son radicalmente distintas: por cada dólar gastado en salarios solo lograron unas ganancias de 0,5, 0,2 y 0,15 dólares, respectivamente.

Con todo, el caso irlandés no es único. Algo muy similar ocurre con otras naciones europeas que acarrean a sus espaldas con un historial igualmente marcado por un comportamiento fiscal más que dudoso: Países Bajos, Luxemburgo y Bélgica, entre otros. Todos ellos se han visto envueltos en los últimos años en investigaciones de la Comisión Europea por supuesto trato de favor a compañías como Apple, Amazon, Starbucks o Fiat. Y todos ellos figuran bien arriba en la lista publicada por la BEA: las filiales de empresas estadounidenses en Países Bajos acapararon el 14% del beneficio total obtenido en Europa (29.000 millones), las radicadas en Bélgica casi el 4% (7.800 millones) y las de Luxemburgo cerca del 3% (5.800 millones). Cifras mucho más altas de lo que dicta su PIB.